Hola a todos, hoy os quiero compartir un relato nuevo, este lo escribí para el grupo "Escritores y Lectores" de Facebook, sí os apetece entrar en él hay de todo, poesía, relatos, y juegos de vez en cuando.
La Princesa Selene
Nº De Registro:
1801085315190
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
#Cuentameuncuento
Érase una vez… ¿Por qué siempre empezamos así? Soy Selene,
una princesa de un país lejano que solamente tiene dos ocupaciones: una,
estudiar para el futuro y la otra, ser la lectora real del reino. En mi país
nadie puede leer un libro sin que antes pase por mis manos. Os preguntaréis
¿Cómo es posible eso? Bueno os contaré que es culpa de una ley absurda que creó
mi abuelo y mi padre no es capaz de revocarla.
Mi país se llama “Lunacos” que viene de Luna y locos, no
preguntéis, es mejor no saberlo.
Como os contaba, soy la princesa, si esperáis que sea guapa,
alta, rubia, etcétera pues os equivocáis, me sobran quilos, tengo una cabellera
multicolor y sobre todo, soy de lo más normal, no espero ningún príncipe azul
ya que según lo que he leído esperan a princesas guapas y perfectas, yo espero
casarme por amor y eso aún no ha llegado. Así que espero que cuando llegue sea
lo suficiente para mí.
Hasta hace poco me criaba mi abuela porque mi madre murió
nada más nacer yo, así que mi padre tuvo que tomar los poderes de rey, cosa que
no le hacía gracia y mi abuelo tampoco estaba muy conforme con ello, además no
se hablan y se ponen trabas entre ellos.
Sinceramente no deseo reinar pero por obligación tendré que
hacerlo en un futuro, y ¿si quisiera abdicar? Le pregunté una vez a mi padre y
a mi abuela, ambos me miraron cada uno con una expresión diferente. Él sonrió y
me acarició la cabeza, ella me miró con su mirada de enfado y supuse que no le
había hecho gracia ese tema.
Hace unos días mi abuela me llamó a su lado, se sienta junto
a mi padre para “gobernar”, dice que él no es capaz de todo. No estoy de
acuerdo, pero prefiero callarme ya que discutir no me gusta, a lo que iba, me
dijo que ya era hora de casarme. Mi cara fue tal, que casi me dan las cuatro
cosas esas que he leído por ahí. Le dije que con dieciocho años no era justo
casarme, pues ¿sabéis qué? Va hacer una fiesta, de esas de conocer hombres,
para que sean mi futuro consorte.
¡¡Esto es un asco!! No quiero casarme, no lo haré, y ¿si me
escapo? Eso haré si me obligan hacerlo, así se lo hice saber a mi padre que el
pobre se encogió de hombros y no dijo nada. Pero… ¿en qué clase de hombre se
está convirtiendo él? ¿Estará hechizado? Pero ¿por quién? Lo sé muchas
preguntas sin sus respuestas.
La fiesta se anunció por todos los confines del mundo
conocido, vinieron unos señores que ni sabía quiénes eran, a hacerme un traje y
eso me gustaba aún menos, me gustaba ir cómoda con un mono o con unos vaqueros
y deportivas. Que manía tenía mi abuela que me pusiera un vestido, me asqueaba.
Los señores no se ponían de acuerdo, ya que mucho volumen no podían darme, pues
me haría más gordita, y liso, por lo visto, no me quedaba bien, y ahí fue
cuando decidieron algo aún más grave.
¿Adelgazar? Ni hablar, me gustaba comer bien y los dulces no
podían faltar en mi dieta, pero la señora que contrató mi abuela me prohibió
todo lo que me gustaba y me obligaba a comer solo verduras y comida que no me
hiciese engordar y, entre medias, mi nueva ocupación fue hacer ejercicio.
Dos días antes de la gran fiesta, mi abuela estaba feliz, mi
cuerpo había comenzado a bajar de peso y ya no estaba, según ella, gorda. El
vestido que me habían hecho me quedaba como la seda y por supuesto tenía que
practicar para caminar como una dama y no como un zopenco. ¿Os he dicho qué
odio a mi abuela?
En fin… por suerte o desgracia el día llegó y lo hizo a lo
grande. En mi país normalmente no nieva, pero creo que ese día se puso a favor
mío y yo me sentí contenta, porque por primera vez mi abuela estaba histérica,
ya que al final no podría usar esos horribles zapatos que me habían dado, pues
la fiesta se hacía fuera de palacio, en un pequeño parque que teníamos, y como
comprenderéis, con nieve no se podría ir en tacones. Así que cambiaron mi
vestuario por unas botas calentitas y unos calentadores para las piernas, algo
es algo.
Cuando comenzó la fiesta, me llevé una sorpresa, pues la
mayoría de los príncipes o reyes eran jóvenes y no había casi viejos. Bailé con
cada uno de ellos. «Suerte que no llevaba tacón» pensé en bajito mientras
bailaba con el último antes de cenar. Después de degustar lo que prepararon, «¡¡Aggg!, ese tipo de comida en la que casi no te ponen nada y todos dicen lo
rica que está» decidieron que hacía demasiado frío para permanecer a la
intemperie y acabamos dentro del palacio, y ahí fue cuando lo vi. Sus ojos y su
sonrisa me enamoraron, era de los hombres más guapos que había visto nunca. Por
fin había encontrado a mi consorte, me acerqué y en ese momento ambos nos
miramos y nos reconocimos, ¿quién dice que el amor a primera vista no existe?
Pues en este caso fue lo que pasó.
Tiempo después, para ser exacto cuando cumplí los
diecinueve, me pidió que me casara con él y yo acepté encantada, estaba
enamorada y feliz. Seríamos unos reyes maravillosos además él me quería por
cómo era no por mi físico, prohibí a los demás que dirigieran mi vida y por
fin, fui feliz.
Por cierto, abolí, entre otras leyes absurdas que había, la
ley en la que yo debía leer el libro antes que mi reino, ya que todos tenían
derecho de hacerlo, y cuando nos cansamos de reinar abdicamos a favor de mi
hija que era quien deseaba reinar y no me metí en su vida.
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